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miércoles, 20 de noviembre de 2013

La música.

Cuando todos se van, cuando tan solo me tengo a mí misma, la música es mi única acompañante. La única acompañante que no me deja en los desvelos, y que siempre me apoya a pesar de todo. Donde me refugio en mis noches de lamentos, en mis risas y en mis momentos de locura. Aquella que lleva conmigo desde bien pequeña, cuando bailaba junto a mi mamá y mi familia en general.
Ni miles de palabras podría expresar lo que siento por la música. Sencillamente es aquella que me sorprende cada día más, animándome a seguir adelante sea como sea, donde sea y como yo quiera. Sonará estúpido, pero la música es lo único que me queda cuando todo desaparece. Cuando tan solo hay lágrimas vertidas en mitad de la noche, sólo puede escucharse las melodías.

Cerrar los ojos mientras imaginas un escenario, con focos iluminando a tu alrededor. Un millón de butacas donde la ausencia es notable, y sabes que puedes ser tú misma. Dónde puedes hacer lo que tú más quieras. Puedes alzar la voz, cantar a todo pulmón y demostrar que todo va más allá del sentido común y las injusticias. ¿Cantar bien o cantar mal? ¡Da lo mismo! Tan solo es gritar, sacar todos tus sentimientos; aquellos que bien guardados los tienes. 

Amor, odio, soledad, ausencia, ansiedad, dolor, angustia... Todo puede demostrarse si tienes una buena razón para luchar por ello, si tienes una buena melodía en mente. ¿No dicen que todo es más bonito con una canción de fondo? ¿No dicen que las escenas de terror son mejores con una pequeña composición presente? Entonces... ¿acaso nosotros podríamos vivir sin la música? 

Soy de esas personas que no cantan bien, que ni siquiera saben cantar; pero que gustosa lo haría. Podría escribir mil y once canciones sacando todo el dolor que llevo dentro, todas mis sonrisas y mis buenos momentos. 

Pero quién sabe sí alguien más siente lo mismo que yo... 

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