Asesinaste
todo lo bueno que me quedaba.
Asesinaste
las palabras que solo a ti te recitaba.
Fuiste el rey
de mi vida pero
lo asesinaste
todo con una mentira.
“Adiós”
dijiste, después de todo lo que hice.
Destrozaste
toda nuestra vida juntos,
todos
nuestros planes de futuro.
Noté el peso
del arma en tus manos,
mientras
dejabas escapar un lento suspiro.
Cerré los
ojos mientras apretabas el gatillo,
sintiendo el
celeste zafiro
creando de mí
un montón de polvo,
creando miles
de partículas de mi corazón roto.
Entonces
averigüé que eras el asesino.
Eras el lobo
del que tuve que resguardarme.
Del que
Caperucita nunca debió encontrarse.
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