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jueves, 7 de mayo de 2015

Reflexión

No es la única vez que dejo de lado a mis sentimientos. Tampoco es la única vez que siempre recurro al autoengaño para no profundizar más el dolor, para no acceder a las consecuencias que las alegrías suelen traer. No saber si dar todo de ti, sabiendo que no obtendrás casi nada de él. Sabiendo, desde hace mucho, que ibas a darte de lleno con un muro.
¿Sabes cuál es ese sentimiento de fe que al principio te llena? Ese sentimiento de decir puedo, quiero y debo, pero ir avanzando, no saber qué es lo que haces mal y, al instante siguiente, acabar con un soy insuficiente, una idiota e incapaz que te nubla, que te hace sentirte inferior a cualquier persona. No podría contar dos más dos sin encontrar varios problemas. No puedes conseguir algo bueno si no peleas por ello, pero en serio… ¿cuándo me ha salido bien?
Quizás sea la inseguridad, el desdén, el sarcasmo… no lo sé, quizás solo sea yo. ¿Puede un alma perdida encontrar el camino? ¿Y si ese camino ni siquiera existe? ¿Puede solo un pirata surcar los mares sin barco? ¿Por qué alguien debería vivir una vida sin una persona al lado? ¿Por qué hacer el dolor gratuito?
Aprendí a que tus miedos no pueden vencerte, que no había un todo o nada, que podría haber miles de opciones. Que no eres un o él, que no es un ahora o nunca. Que es mucho mejor un fue que un pudo haber sido, ¿por qué nos dedicamos a ver lo peor? ¿Por qué nos empeñamos en querer lo malo para la otra persona, ver lo peor?
Juzguémonos a nosotros mismos, ¿de acuerdo? ¿Qué tengo yo que puede resultar odioso? Soy impaciente, me cabreo fácilmente, caigo siempre en la misma trampa, sarcástica, inentendible… ¿y qué tengo de bueno, después de todo? Soy todo perdón, fantasía.

Podría poner una mano en el fuego en que tengo mucho más de lo que creo.

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