Amor
mío:
Quizás
esta carta no signifique nada para ti, quizás ni siquiera la leas
cuando la recibas, pero necesito decirte todo esto de una vez por
todas.
Desde
que te conocí aquel dos de Diciembre no he podido dejar ir la
sensación de que te amaba incluso antes de mediar palabra contigo.
Recuerdo que llevabas unos pantalones negros a juego con una camisa
del mismo color, y entonces es cuando pensé:
<<Estoy cien por cien segura que es mi ángel de la oscuridad>>.
<<Estoy cien por cien segura que es mi ángel de la oscuridad>>.
Y
lo fuiste.
Entonces
lo siguiente que percibí fue tu mirada en mí, preguntándote a que
venía mi fija mirada en ti y solo en ti. Tus ojos verdes brillaron
con diversión y algo de curiosidad por saber algo más de mí. Algo
que te ayudase a saber que hacía yo allí y porque te sonreía con
timidez.
Y
sin embargo no intuí que fueras a acercarte a mí muy seguro de
ti mismo.
Agarré las asas de mi pequeña mochila y recé porque fueras a otro lado, o que vinieras para declararme tu amor eterno aún sin saber mi nombre.
Agarré las asas de mi pequeña mochila y recé porque fueras a otro lado, o que vinieras para declararme tu amor eterno aún sin saber mi nombre.
¿Qué más da el nombre cuando mi corazón iba a toda velocidad, y solo podía escuchar mi pulso latir con fuerza?
Te
paraste a dos metros de mí, mientras metías tus manos en los
bolsillos y ladeabas las comisuras de los labios creando una pequeña
sonrisa. Una pequeña pero preciosa sonrisa, esas que después de
varios meses aún conseguían ponerme nerviosa y actuar como una loca
desquiciada.
Quizás
eso es lo que falló en nosotros.
Tú
no hacías más que jugar al gato y el ratón, y yo me enamoré tanto
de ti que acabé obsesionándome. Acabé loca por ti, por la forma en
que podía acariciar tu cuerpo sin estupor, por tus labios
respondiendo mis besos y tus abrazos arropándome en mitad del
invierno.
Incluso
creí que haberte conocido se debió a un mágico
milagro de Dios, que después de todo él pretendía que yo fuera
feliz contigo.
Y
juro que lo fui, cariño.
Pero
no podía seguir contigo si cada vez me estabas volviendo más y más
loca. Si te ponía el primero en mi vida aún cuando nuestras peleas
cada vez eran más graves, como aquella vez que acabaste destruyendo
casi toda nuestra vida juntos.
Tu
furia alimentaba mis ansias de llorar y de querer huir lejos de aquí.
Lejos
de ti.
Siempre
pensé y pensaré que dos almas idénticas no pueden acabar bien,
pero dos almas totalmente diferentes podría ser una situación devastadora. Y he
aquí nuestra demostración. Hemos acabado uno con el otro hasta tal
punto de acabar con un inmenso dolor en el alma, en el pecho y en el
corazón que un día yo te dí.
Pero sigo
amándote como aquel día.
Déjame ir, como yo te dejaré volar a ti.
No hay comentarios:
Publicar un comentario